viernes, 15 de junio de 2012

LAS VACACIONES...DE MITAD DE AÑO

La llegada de la mitad del nuevo año y de la temporada veraniega nos sitúa en el tiempo de vacaciones. Probablemente, este es el período más esperado del año por muchos de nosotros, ya que acostumbramos a abandonar —aunque momentáneamente—las rutinas y compromisos cotidianos para disfrutar de un merecido descanso o de otro tipo de actividades que, a lo largo del resto del año, no podemos llevar a cabo con la frecuencia que quisiéramos.
Por ello, hay quienes encuentran en las vacaciones la ocasión para participar de campamentos, jornadas misioneras, ejercicios espirituales, etcétera, apuntados al provecho espiritual y recreativo, tanto personal como grupal, y/o del prójimo también.
Sin embargo, otros interpretan que este es el momento indicado para “desenchufarnos” y “olvidarnos” de quiénes somos y qué hacemos por algunos días, eludiendo todo tipo de compromisos y responsabilidades, incluso las espirituales y religiosas.
Una reflexión del sacerdote paulino Fernando Teseyra, publicada años atrás en la edición n. 227 de la revista Vida Pastoral, puede ayudarnos a descubrir y extraer algunos puntos de opinión interesantes sobre esta experiencia humana, para analizarlos tanto personal como grupalmente:
Para leer:
Vacaciones. Con esta palabra se destaca la principal actividad de estos días y meses. Ciertamente, es un ciclo donde se deja la rutina laboral para descansar y realizar otras actividades para el provecho personal o del prójimo.
Un párroco amigo solía exhortar a los fieles diciéndoles: “en el tiempo de descanso, no dejen al espíritu de vacaciones”. Porque tomarse un período de vacaciones es no despreciar “lo aburrido” de algunas actividades para entrar en lo “divertido” del aire libre y la luminosidad de los paisajes, situaciones estas donde “lo aburrido” es identificado con lo espiritual: el estudio, participación en misiones, lecturas provechosas, cultivo artístico, etc.…
Este sacerdote advertía también sobre una ideología íntimamente unida al facilismo y al individualismo, que sutilmente se infiltró en los ambientes pastorales, dando como resultado que la atención y el servicio pastoral corran el riesgo de transformarse en simples atenciones públicas, con sus horarios de invierno y de verano. Aunque es justo mantener un tiempo libre, eso no significa que las vacaciones se conviertan en pretexto para desentenderse del compromiso y el testimonio cristianos.
Para completar este pensamiento, cito a un santo fundador que afirmaba: “las vacaciones son un cambio de actividad”, y el lo predicaba con su vida. Porque al comenzar su tiempo de vacaciones, cambiaba las actividades y hábitos sacerdotales: confesor, director, maestro espiritual, etcétera, por las tareas y vestimentas propias de un cosechador de trigo, porque su familia trabajaba en el campo.
A la luz de estas consideraciones, se puede pensar en vivir el tiempo de las vacaciones personales de otra manera, fuera de lo convencional, diferente de como lo hace la mayoría. Así se aseguraría la continuidad del testimonio, que no sabe de descansos, y no se haría más que actualizar el espíritu cristiano, al donar algo tan propio como el tiempo personal para beneficio de los demás.
La instrumentalización del tiempo libre al servicio neto del propio individuo es algo de lo que se debe estar alerta en los ambientes pastorales, de tal modo que los centros de atención pastoral no queden desiertos en esta época del año, porque todos están de vacaciones. Además, se debe tener en cuenta que siempre hay un servicio que satisfacer: llevar la eucaristía a los enfermos, acompañar la alegría y la tristeza de los vecinos, etc.
Está claro que, para realizar todo lo anterior, debe existir y cultivarse una auténtica conciencia servidora y solidaria, aun en tiempos de descanso. Este espíritu nace de las palabras motivadoras que se articulan en el discurso del “Buen Pastor” (cf. Jn 10), en el cual se encuentra la fuerza para hacer de las vacaciones un tiempo distinto y especial.
(P. Fernando Teseyra ssp, “Tiempo libre, tiempo para otros”, en Vida Pastoral n. 227, 2001, SAN PABLO)
 
 

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